¡Los dragones azules estaban ganando!
A pesar de verse sobrepasados en número, estaban ganando sin duda esa batalla. La presencia del nuevo Aspecto los había alentado a luchar sin cesar. El ritual había funcionado; los titanes les habían concedido la bendición que habían pedido con suma humildad y la alegría desmedida y el alivio sin parangón que habían sentido al ver respondidas sus plegarias había proporcionado a los dragones nuevos ánimos y renovados bríos para luchar y defenderse.
¡Así no era cómo debían suceder las cosas!
Arygos se mantenía en el aire a duras penas. Sangraba y tenía una parte de su cuerpo congelada, así como un ala dañada por culpa de los ataques de Kalecgos. Se sentía muy débil y asustado, y no estaba acostumbrado a esas sensaciones.
¿Cómo era posible que las cosas se hubieran torcido tanto?
Al igual que a un animal atrapado, presa del pánico y de la furia, un único pensamiento obsesionaba a Arygos: ponerse a salvo. Dar con una guarida. Un lugar donde recuperarse, donde poder descansar y pensar. Conocía un lugar así, donde podría sentirse en calma y dejar de sentir ese terror que atenazaba su mente como una tenebrosa niebla.
Miró a su alrededor desesperadamente en busca de Kalecgos. Sí, ahí estaba, enorme, luminoso y orgulloso, radiante gracias a todo ese poder que debería haber pertenecido a Arygos. Por si eso no resultara ya bastante humillante, en la espalda del Aspecto se encontraba el orco amigo de Kalec, quien se aferraba a él como un burro, mientras blandía su martillo y aplastaba los cráneos de los dragones crepusculares de Arygos.
El Ojo. Tenía que ir al Ojo de la Eternidad para pensar, para recuperarse, para concebir algún plan. Era el corazón del Nexo, el lugar donde su padre solía refugiarse y retirarse; un lugar que, en ese momento de pánico, parecía llamarlo. Con sólo pensar en aquel refugio, recuperó un poco la compostura. Gimoteando (lo cual era impropio de un dragón), extendió sus alas y huyó. Descendió en picado desde el pináculo del Nexo, donde sus aliados estaban perdiendo miserablemente aquella batalla aérea, como una piedra. Lo cierto es que caía más que volaba; no obstante, en el último momento, abrió las alas y planeó hasta la entrada del Nexo. Avanzó atropelladamente por sus laberínticos pasajes con el corazón desbocado, ya que el pánico le había clavado sus gélidas garras en el corazón.
Y ahí estaba ese portal conformado por un torbellino de neblina. Al otro lado se encontraba el Ojo de la Eternidad. Arygos lo atravesó volando a gran velocidad y emergió en esa pequeña dimensión donde reinaba una oscura noche. En su día, ahí había habido una plataforma mágica de color gris en la que uno podía posarse y descansar mientras contemplaba los misterios que se arremolinaban ahí. Algunas runas mágicas habían danzado en aquel lugar, apareciendo y desapareciendo como suaves copos de nieve. Asimismo, aquel cielo negro nocturno, plagado de frías estrellas, se había girado y retorcido de tal modo que en un rincón había surgido una nebulosa blanquiazul.
Ahora no había ninguna plataforma. Había sido reducida a añicos durante la batalla en la que su padre había perecido, pero sus fragmentos aún flotaban en aquel lugar; uno de esos fragmentos todavía albergaba ese orbe mágico conocido como el Iris de Enfoque. Malygos había utilizado su propia sangre para activar y controlar ese orbe, que había permanecido aletargado durante milenios. Al abrirse el Iris de Enfoque, Arygos había podido utilizar unas poderosas agujas de flujo para extraer magia arcana de las líneas de ley de Azeroth que luego canalizó hacia el Nexo. La apertura del Iris de Enfoque con una llave largo tiempo olvidada había sido lo que arrastró a Malygos a la que fue su última batalla.
A pesar de que aquel lugar le recordaba un momento muy triste de su vida, era un refugio acogedor que le resultaba familiar donde Arygos, al fin, pudo relajarse. Se subió encima de uno de esos fragmentos que se movían lentamente, plegó sus alas y abrió sus fauces para dar grandes bocanadas de aire.
—¿Arygos?
El dragón abrió los ojos y desplegó sus alas, sumamente alerta. ¿Quién se había atrevido a…?
—¡Blackmoore! —exclamó y, acto seguido, lanzó un suspiro de alivio—. Me alegro de verte.
—Ojalá pudiera decir lo mismo —replicó el humano, avanzando hacia Arygos.
Se encontraba subido a otro de los fragmentos de la plataforma, desde el cual contemplaba desafiante al dragón. Se quitó el yelmo y su larga melena morena quedó al descubierto en todo su esplendor. Después, clavó sus intensos ojos azules en Arygos y parpadeó.
—¿Qué ha ocurrido? No sé mucho acerca de esos Aspectos, pero… me da que tú no lo eres.
Arygos esbozó un gesto de contrariedad.
—No. Han elegido a… Kalecgosss —contestó, siseando el nombre de su enemigo con una tremenda ira, totalmente indignado—. Ese estúpido orco… ha logrado que me destierren del corazón del vuelo de dragón azul. ¡Me ha arrebatado lo que me pertenecía legítimamente!
Blackmoore frunció el ceño.
—Mal asunto —masculló.
—¿Acaso crees que no me he dado cuenta? —replicó Arygos, quien golpeó fuertemente con su cola el fragmento de plataforma en donde estaba subido, provocando así que ésta se inclinara peligrosamente—. Todo esto ha sido culpa de Thrall. Si lo hubieras matado como se suponía que ibas a hacer…
El humano entornó los ojos.
—Ya, y si tú te hubieras convertido en un Aspecto como se suponía que debías hacer, no estaríamos manteniendo esta agradable conversación —contestó con una voz que parecía restallar como un látigo—. Pero ninguno de nosotros tiene lo que desea ahora mismo, así que será mejor que nos olvidemos de nuestra furia y demos con la forma de alcanzar nuestras metas.
El humano tenía razón. Arygos se calmó. Necesitaba centrarse; por eso había acudido a ese lugar.
—Quizá, si aunamos esfuerzos, podremos alcanzar nuestros objetivos —sugirió Arygos—. Y, al mismo tiempo, satisfacer los deseos del Padre Crepuscular y Deathwing.
Blackmoore lo miró con curiosidad.
—Sigue hablando.
—Ambos queremos que Thrall muera. Y ambos queremos que yo acabe convirtiéndome en un Aspecto. Acompáñame a la batalla, rey Blackmoore, y ejecuta tu venganza. Si asesinas al orco, Kalec verá que no todo siempre va a salir como él desea. Si Kalec vacila, la fe que los demás, que esos miserables vermis, han depositado en él se resquebrajará. Entonces, Kalecgos será vulnerable y podré destruirlo.
A medida que hablaba, lo iba embargando más y más la emoción, pues en su mente iba visualizando cada uno de los pasos de ese plan.
—En cuanto Kalecgos caiga, los dragones azules buscarán desesperadamente un nuevo líder que los guíe y acudirán a mí… de ese modo, ¡obtendré los poderes de Aspecto tal y como debería haber hecho en un principio! Y todo será como debería haber sido desde un principio.
—¿Estás seguro de que sus poderes pasarán a ti? —le espetó Blackmoore.
—No… no del todo. Pero, si no, ¿a quién podría transferirse ese poder? Yo fui el único que se atrevió a desafiar a Kalec. Seguramente, me convertiré en su líder en cuanto demuestre que su actual Aspecto es en realidad un alfeñique.
Blackmoore se acarició la perilla meditabundo con su mano cubierta de malla.
—Tenemos muy pocas posibilidades de obtener la victoria. Sólo soy un humano. Podría combatir contra un dragón o un puñado de ellos, quizá… pero ¿contra todo un vuelo?
—Confía en mí. Thrall se desmoronará totalmente en cuanto vuelva a verte —le aseguró Arygos, a quien no le gustaba implorar, pero lo hacía porque necesitaba la ayuda de ese humano—. En cuanto Thrall haya muerto, los dragones azules se quedarán acongojados. Todavía hay muchos dragones crepusculares por los alrededores. ¡Podremos lograrlo si colaboramos!
El humano asintió.
—Muy bien —dijo—. Es un plan arriesgado, pero ¿qué sería la vida sin riesgo?
De repente, sonrió abiertamente y sus blancos dientes centellearon; era la sonrisa de un depredador.
—Sólo es un poco arriesgado en comparación con la gran recompensa que obtendremos —lo corrigió Arygos.
Se sentía más aliviado de lo que había esperado. Conocía el pasado de aquel humano, sabía que odiaba a muerte a Thrall. Blackmoore quería ver a ese orco muerto. Al igual que Arygos quería ver muerto a Kalec. Entonces, el dragón azul voló hacia la plataforma donde se encontraba el humano. Se colocó junto al humano, a una altura un poco más baja, para que Blackmoore pudiera subirse a su espalda con suma facilidad.
Serían capaces de hacerlo. Sabía que lo lograrían. Entonces, todos los obstáculos que se interponían en su camino caerían. Sería un Aspecto, como siempre había deseado.
Con cada aleteo que daba en dirección al portal con forma de torbellino, se sentía más y más animado. Debajo de él, los fragmentos de la plataforma se desplazaban perezosamente. Arygos miró hacia abajo justo cuando uno de ellos se daba la vuelta, revelando que el Iris de Enfoque se hallaba justo debajo de él.
De improviso, sintió un dolor brutal y espantoso; era como si alguien le estuviera clavando una aguja al rojo vivo en la base del cráneo. La espada de Blackmoore lo atravesó y Arygos se aferró a la vida el tiempo justo para ver cómo una gota de su propia sangre roja caía sobre el Iris de Enfoque, para ver cómo éste se abría de par en par. Mientras caía en barrena, vio cómo Blackmoore saltaba osadamente de su espalda y aterrizaba en un fragmento de la antigua plataforma que giraba lentamente. En ese instante, Arygos, hijo de Malygos, comprendió que lo habían traicionado y que iba a morir.
* * *
Thrall alzó la mano en la que no sostenía el Doomhammer. Al instante, un relámpago chisporroteó y zigzagueó de manera letal y abrasadora entre no menos de cuatro dragones crepusculares. El impacto los dejó momentáneamente aturdidos, ennegreció sus costados y rasgó sus alas coriáceas. Chillaron de dolor y mantuvieron sus formas corpóreas el tiempo suficiente como para que Thrall saltara otra vez de la espalda de Kalec a la espalda de otro draco crepuscular. Acto seguido, el orco alzó a Doomhammer y aplastó con él el cráneo del draco. No obstante, el draco tuvo tiempo de ver venir el golpe y se volvió incorpóreo. Súbitamente, Thrall cayó al vacío. Vio cómo la nieve parecía ascender a gran velocidad para recibirlo pero entonces, de repente, vio la espalda ancha, reluciente y azul de Kalecgos. Si bien Thrall aterrizó en una superficie dura, lo hizo sano y salvo.
Thrall se encontraba a punto de alzar la vista para ver cuál iba a ser el próximo enemigo que iba a combatir cuando el Nexo se estremeció repentinamente. Se produjo una explosión de luz por doquier e incluso el poderoso Aspecto tuvo que virar y alejarse de ella. Thrall tuvo que aferrarse fuertemente a la espalda de Kalec para no caerse.
—¿Qué ha ocurrido? —gritó Thrall.
—Eso ha sido una explosión de magia arcana —contestó a voz en grito Kalec.
El Aspecto agachó su largo y sinuoso cuello para poder examinar el Nexo, del que manaban a raudales energías mágicas como si se tratara de las tracas finales de una exhibición de fuegos artificiales.
—No estoy seguro de que…
—¡Los dragones crepusculares! —exclamó Thrall, quien estaba examinando todo cuanto los rodeaba mientras Kalec miraba hacia abajo para escudriñar el Nexo—. ¡Huyen hacia el templo!
—¡Azules! ¡A mí! —gritó Kalec, cuya voz grave y temblorosa Thrall escuchó amplificada a través de sus mismos nervios—. Nuestro enemigo se escapa… ¡tenemos ventaja! ¡Destruyámoslos antes de que puedan contactar con su amo!
Si hasta entonces Thrall había creído que Kalec era muy rápido, en ese momento descubrió que lo era todavía más, pues apenas podía respirar por lo veloz que estaba volando el Aspecto de Dragón. Los dragones crepusculares se estaban esforzando al máximo para poder escapar, aunque lo hacían de manera frenética y caótica. Estaban demasiado centrados en escapar como para plantar batalla y todos habían adoptado sus formas inmateriales. Los azules únicamente respondieron a su retirada con ataques mágicos. El aire crepitaba y echaba chispas por culpa de esa blanca energía arcana y resplandecía gracias a la escarcha helada y a las repentinas ráfagas de una ventisca aislada. Varios enemigos cayeron, pero muchos más escaparon.
Los azules prosiguieron avanzando con gran determinación.
Kirygosa contempló aquel espanto, horrorizada, y deseó con todo su corazón que lo que estaba viendo no llegara a buen puerto.
Percibió la muerte de su hermano, sintió cómo su energía vital, la sangre de un vástago de Malygos, era aprovechada y canalizada de un modo que le resultaba perturbadoramente familiar. El Padre Crepuscular, gracias sin lugar a dudas a la información que le había proporcionado Deathwing, parecía saber perfectamente qué estaba haciendo.
Unos segundos después de que su hermano muriera, una tormenta cobró forma en el cielo alrededor del Templo del Reposo del Dragón. Esas nubes de color púrpura y negro giraban furiosamente, como un remolino. Entonces, se escuchó un poderoso crujido que hizo gritar a Kirygosa y la obligó a taparse con las manos sus pobres orejas humanas para protegerse los oídos. Súbitamente, el cielo se abrió de par en par.
Una cegadora luz blanca descendió hacia el suelo y se elevó a la vez hacia el firmamento. Rasgó el cielo, como si fuera una lanza, más allá de donde la vista alcanza, al mismo tiempo que golpeaba con furia las entrañas de la tierra. Reconoció esa luz: era una aguja de flujo, una herramienta compuesta de una energía arcana, una herramienta de un gran y abrumador poder. En su día, Malygos había utilizado esas agujas para extraer magia arcana de las líneas de ley de Azeroth y transferirla al Nexo.
Ahora ese proceso estaba siendo revertido. Aquella aguja de flujo estaba extrayendo poder del Nexo.
Y, atravesado por esa aguja, entre el cielo y la tierra, se encontraba Chromatus.
Ese pincho que poseía una cantidad casi inconcebible de energía mágica perforaba el enorme y moteado cuerpo inerte de esa monstruosidad. Kirygosa se estremeció al observar ese espectáculo dantesco y se abrazó a sí misma con fuerza, sin ser apenas consciente de las marcas y cicatrices de aguja que poblaban su pálida piel. Para su disgusto, sabía que ella era una de las causas por la que estaba teniendo lugar ese atroz espectáculo. Habían experimentado con ella y la habían dejado viva por dos razones: su estirpe y su género.
—Tienes suerte, querida —aseveró el Padre Crepuscular, que se hallaba junto a ella—. Eres una dragona muy afortunada por poder ser testigo de esto… y por haber contribuido a que sea una realidad.
—Me da la impresión de que mi hermano ha contribuido aún más a la causa — replicó Kiry, quien se enfureció al percatarse de que su voz había sonado entrecortada y temblorosa—. Así es como el Martillo Crepuscular recompensa la fidelidad. Arygos traicionó a todo su vuelo… a una raza entera… por defender tu causa y su recompensa ha sido… ¡la muerte!
—Lo he matado porque fracasó, no porque me fuera leal o no —afirmó el Padre Crepuscular—. Y sí, así es como el Martillo Crepuscular recompensa el fracaso.
—Me da la impresión de que Deathwing no estaba muy satisfecho con los avances que ambos estaban haciendo —le espetó Kirygosa de manera temeraria—. Podrías ser el siguiente en caer tras mi pobre e ingenuo herma…
El Padre Crepuscular tiró de la cadena con la que tenía atada a Kirygosa, cuyas palabras se convirtieron en un gimoteo al quemarle la cadena la garganta.
—Yo que tú tendría mucho más cuidado con lo que dices, pequeña.
La dragona recuperó el aliento poco a poco y, durante un momento plagado de desesperación, le pareció que era preferible que la matara a seguir existiendo únicamente para ser utilizada como una herramienta con la que hacer daño a su propio vuelo. Abrió la boca para lanzar una réplica mordaz pero, súbitamente, escuchó un rugido atronador que provenía de las gargantas de una multitud de cultores sumamente emocionados. Al final, las palabras que iba a pronunciar no salieron de su boca.
Chromatus se estaba moviendo.
Había sido un movimiento sutil, muy difícil de ver. Estaba abriendo y cerrando una garra, de eso no había duda. No obstante, el resto de su cuerpo permanecía quieto. Entonces, de improviso, su poderosa cola se agitó muy levemente. Súbitamente, una de las cabezas (la negra) se estremeció.
El Padre Crepuscular se acercó raudo y veloz a uno de los lados de esa plataforma circular.
—¡Vive! ¡¡Vive!!
Cerró los puños de sus manos enguantadas y los alzó en el aire. La multitud congregada allá abajo incrementó sus vítores.
La aguja de flujo palpitó, pues ahora su energía se adentraba en el cadáver reanimado. Kirygosa tuvo la sensación de que, a cada momento que pasaba, ese monstruo se hacía más y más fuerte. El resto de sus extremidades comenzaron a moverse. Una a una, se levantaron esas espantosas cabezas. Como si fueran los tentáculos de una gran criatura marina, se agacharon y movieron, miraron a su alrededor y abrieron sus fauces. Sus diez ojos ya estaban abiertos y su color era uniforme, lo que contrastaba con la falta de homogeneidad del resto de su cuerpo. Cada par de ojos brillaba con un fulgor púrpura. Si bien podía estar vivo, podía estar moviéndose e incluso hablando, Chromatus no poseía un cuerpo completo, lo cual era espantoso. En algunos lugares, se le veían los huesos. En otros, se le habían caído las escamas, bajo las cuales a veces había piel sana y otras veces piel putrefacta. Además, a cada una de esas cabezas le faltaba algo: una oreja, un ojo…
—¡Chromatus! —exclamó el Padre Crepuscular—. Mírame, hijo mío. Mira a quien te ha alumbrado. ¡Mírame!
Una oreja roja se movió. Unas fosas nasales verdes se hincharon. La cabeza bronce giró lentamente el cuello. Una a una, cada cabeza fue girando, de manera torpe, por la falta de costumbre, hasta que las cinco observaron al Padre Crepuscular.
—Padre… nuestro —dijo la cabeza bronce con un tono de voz majestuoso, a pesar de que las palabras brotaron de una manera desmañada al principio.
La cabeza azul entornó sus ojos púrpura y, acto seguido, posó su mirada sobre Kirygosa. Una carcajada siniestra brotó de la cabeza azul. Al hablar, su voz era extrañamente meliflua, aunque las palabras brotaron de sus labios de manera vacilante.
—No temas, pequeña dragona azul. Tu hermano vive… en mi interior. Sabemos que estamos emparentados —aseveró. Entonces, las demás cabezas se volvieron, levemente interesadas en lo que la cabeza azul estaba diciendo—. Tú también nos servirás.
—¡Jamás! —gritó Kirygosa, quien se hallaba cerca de perder la cordura por culpa de los horrores que había sido obligada a presenciar—. ¡Los dragones azules jamás te serviremos! ¡No mientras Kalecgos sea nuestro líder!
La dragona esperaba notar un fuerte tirón en la cadena y se preparó para el intenso dolor que iba a sentir. Pero, en vez de eso, el Padre Crepuscular estalló en carcajadas.
—¿Aún no lo entiendes? ¡Y yo que creía que los dragones azules eran inteligentes!
No quería escucharlo. No quería entenderlo. Pero sus labios parecieron moverse con vida propia y preguntó:
—¿Entender qué?
—¡Para qué ha sido creado!
Kirygosa se obligó a contemplar detenidamente a Chromatus. Y lo único que vio fue a un espantoso dragón cromático, más horrendo que los demás por culpa de sus cinco cabezas, que…
—No —susurró, en cuanto comprendió lo que quería decir, lo cual fue un auténtico mazazo—. No…
—Ahora… ya lo entiendes —ronroneó el Padre Crepuscular, con un tono de voz alegre—. Su destino inevitable es realmente glorioso, ¿verdad? Da igual que los dragones azules tengan ahora un Aspecto. Da igual que Ysera se haya despertado o que hayan encontrado a Nozdormu o que la Protectora decida regresar de su autoexilio.
En ese instante, acercó sus labios al oído de la dragona y le susurró, como si estuviera compartiendo con ella sus más íntimos secretos:
—Chromatus vive… para que los Aspectos mueran.
Algo se quebró, entonces, en la mente de Kirygosa. Se abalanzó contra el Padre Crepuscular gritando, arañando y mordiendo. Pero ese ataque, realizado bajo su forma humana en el plano físico, no podía rivalizar con su magia… ni con el poder de la cadena. No obstante, siguió gritando una sola palabra de un modo inútil, como si así pudiera evitar la inminente catástrofe.
—¡No…! ¡No…! ¡No…!
—¡Calla! —exclamó el Padre Crepuscular, tirando violentamente de la cadena de plata.
Kiry cayó al suelo violentamente, sufriendo agónicas convulsiones.
—No, no —dijo la cabeza negra de Chromatus.
Ésta poseía un tono de voz sedoso, sibilante y frío. Chromatus se levantó lentamente; no obstante, sus movimientos cada vez resultaban más ágiles y coordinados a medida que iba descubriendo cómo controlar su cuerpo.
—Deja que esa pequeña dragona azul parlotee. Así luego todo será mucho más tierno. Se…
La cabeza roja giró el cuello hacia el oeste e interrumpió a la negra. Chromatus se estiró; todavía se sentía un poco incómodo con su cuerpo.
—Ya vienen —gritó la cabeza roja con una voz fuerte y clara— ¡Todavía no me he recuperado del todo! ¿Qué has hecho, Padre?
Kirygosa se echó a reír. Aunque se percató de que se reía como una histérica, no hizo nada por remediarlo. Esas carcajadas manaron de ella a borbotones, como un manantial recién abierto. A continuación, alzó un dedo temblorosamente para señalar a los dragones crepusculares que volaban raudos y veloces hacia el templo, perseguidos a corta distancia por el valeroso vuelo azul.
—¡Has errado en tus cálculos! —gritó Kirygosa—. ¡El gran Padre Crepuscular y sus maravillosos planes! ¡Tus dragones se han batido en retirada demasiado pronto y aquí viene mi vuelo para destruirlos a ellos, a tu abominación y a ti! ¿Y ahora qué planeas hacer, oh, gran hombre sabio?
El Padre Crepuscular se encontraba tan furioso que ni siquiera se molestó en tirar de la cadena. La golpeó violentamente con una de sus manos enguantadas en la mejilla, obligándola así a girar la cabeza a un lado. Aun así, Kirygosa siguió riéndose, mientras agitaba los brazos en el aire.
—¡Kalecgos! ¡Kalec!
¡Sí, ahí estaba!
Le dio un vuelco el corazón. La sabiduría y la compasión de Kalec habían prevalecido. El Aspecto de la Magia, que era mucho más grande que los demás dragones azules, surcaba el cielo envuelto en una luz brillante. Además, portaba una pequeña figura sobre su espalda. Después de mucho, mucho tiempo, todo ese poder se hallaba en manos de alguien que no era un demente, que no estaba marcado por el ansia de venganza y que no tenía cierta predisposición a la traición. Las lágrimas llenaron sus ojos y sollozó de júbilo.
Kalec no iba a caer ni ninguno de los otros Aspectos. Habían decido atacar ahora, antes de que Chromatus alcanzara el pleno dominio de su devastador poder.
Bajo ella, Chromatus echo hacia atrás todas sus cabezas y rugió; todas sus voces (siseantes, fuertes y melodiosas) se mezclaron en una aterradora sinfonía. Acto seguido, el monstruo ascendió al cielo. Titubeó, pero sólo por un momento; de inmediato, aleteó con más fuerza si cabe e inició su ataque.
Kirygosa había sufrido pesadillas, sobre todo en los últimos meses en que había permanecido prisionera; la habían torturado a diario, la habían obligado a permanecer bajo su forma humana. En todo ese tiempo, había pensado que la muerte era la única salida. Sí, había sufrido demasiadas pesadillas.
Pero no eran nada comparadas con la espantosa realidad que estaba contemplando ahora.
Esa aberración que nunca debería haber existido se movía bruscamente, como si fuera un títere. Era más grande que cualquier otro dragón, incluido el Aspecto Kalecgos y, además, se movía más rápido y sus bruscos golpes eran más letales que los de los dragones vivos que luchaban con él y contra él.
Pero no sólo se valía de su fuerza física y agilidad. La tonalidad blanca de la magia arcana y el atroz púrpura de los dragones crepusculares se vieron complementados con otros colores (el escarlata del fuego de la cabeza roja, la nube de veneno esmeralda de la cabeza verde), ya que Chromatus luchaba empleando los poderes de todos los antiguos vuelos de dragón.
Kirygosa pudo escuchar los gritos de triunfo de los dragones crepusculares que luchaban con renovado entusiasmo. Si bien hacía sólo unos instantes se habían batido en retirada, ahora combatían decididos y de manera implacable y letal.
Asimismo, el mero hecho de tener que contemplar aquella aberración resultaba perturbador. Esa monstruosidad no debería existir, pero ahí estaba escupiendo fuego, utilizando espejismos, impartiendo la muerte de una manera desmañada que, de algún modo, era bruto! y letalmente eficiente a la vez.
Varios miembros del vuelo de Kirygosa murieron a manos de Chromatus. Otros, espantados y obnubilados con el dragón cromático, no se fijaron en que seguía habiendo muchos dragones crepusculares en el aire. Mientras observaba aquella aterradora escena, un azul intentó aproximarse a Chromatus por detrás, pero lo único que consiguió fue que ese monstruo le rompiera el cuello de un solo golpe de su poderosa cola. El dragón azul murió al instante y cayó al suelo, donde se unió a sus hermanos muertos. Angustiada, Kirygosa apartó la vista y se tapó la cara. De repente, alguien la agarró de las manos y la obligó a apartarlas de la cara.
Se volvió, con los ojos anegados de lágrimas, hacia el Padre Crepuscular, cuyos rasgos atisbo levemente a pesar de llevar el rostro cubierto con una capucha.
—¿Quién ríe ahora, mi niñita azul? —preguntó, riendo socarronamente—. Mira cómo cae tu precioso vuelo… mi creación acaba de recuperar la vida ¡y mira lo que está haciendo ya! ¡Mira!
A continuación, la arrastró hasta el borde la plataforma y con una mano la agarró de la barbilla y con la otra la obligó violentamente a apartar los brazos a un lado.
—¡Mira!
Al menos, no puede obligarme a mantener los ojos abiertos, pensó desolada.
* * *
Thrall pudo sentir cómo la sensación de derrota se extendía por todo el vuelo de dragón azul. Él también sentía lo mismo.
Su adversario era un dragón que parecía salido de la peor pesadilla de un Renegado. Tenía cinco cabezas, ni más ni menos, que brotaban de unos hombros descomunales; cada una de ellas parecía ser de un color distinto. Era una aberración descoordinada y putrefacta, recordaba a un no-muerto de la Plaga que avanzaba dando tumbos para atacar. Pero estaba vivo y no era un no-muerto. Cada una de esas monstruosas cabezas atacaba con tal furia que había desatado el pánico y el nerviosismo en un vuelo entero que sólo unos instantes antes saboreaba las mieles de la victoria.
—¿Qué es eso? —le preguntó a gritos a Kalec.
El Aspecto no contestó de inmediato, pues se encontraba muy ocupado repeliendo un par de ataques. Entonces, Kalec exclamó:
—¡Un dragón cromático!
En ese instante, Thrall recordó lo que Desharin le había contado sobre tales criaturas… sobre esas monstruosidades hechas con remiendos de miembros de los cinco vuelos. No obstante, Desharin había afirmado que todos habían muerto.
Aunque ése en concreto estaba muy vivo.
Por un segundo, Thrall observó fijamente a esa bestia, intentando comprender qué era y qué le estaba haciendo al vuelo de dragón azul; incluso a Kalecgos, el nuevo Aspecto de aquel vuelo. Sólo se distrajo un instante… pero fue más que suficiente.
Aquella aberración cargó contra ellos, con las fauces de sus cinco cabezas abiertas de par en par. El hedor a carne putrefacta que desprendía era abrumador. Kalec se apartó de su trayectoria. Thrall se aferró al Aspecto azul con todas sus fuerzas. Y, justo cuando creía que ya estaba a salvo, algo lo golpeó en el estómago, lo aplastó como si no fuera más que una pulga sobre el lomo de un lobo. Entonces, se percató de que, si bien Kalec lo había salvado del ataque directo de aquel dragón cromático de muchas cabezas al maniobrar con maestría en el aire, no había podido evitar que la cola del monstruo lo rozara por casualidad al pasar junto a él.
Así que así es como voy a morir, pensó. Aplastado contra unas afiladas rocas tras caer de la espalda de un Aspecto.
Cerró los ojos y se llevó el Doomhammer al corazón, contento de poder morir con su arma en la mano. Se preguntó si sentiría el impacto que le destrozaría la columna o le aplastaría el cráneo.
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