Capítulo III: La Perdición de Draenor

Draenor

La Caída de Argus

Hace más de 25.000 años, Argus era un planeta habitado por una raza de seres muy avanzados en los caminos de la magia: los Eredar. Los Eredar desarrollaron dos cualidades clave, una inteligencia inmensa y una estrecha conexión con las fuerzas de la magia. Los Eredar no tardaron en crear una civilización magnífica.

Pero sus habilidades llamaron atención de Sargeras, el Titán caído. Fascinado por su potencia, decidió que podían convertirse en piezas clave de sus planes de destrucción cósmica. Dispuesto a convertir a los Eredar en los generales de su Legión Ardiente, Sargeras se dirigió a Argus y contactó con los tres líderes: Archimonde, Kil’Jaeden y Velen.

Sargeras ofreció conocimiento y poder en cantidades universales a los tres líderes de Argus. La oferta, difícil de rechazar, trajo una visión de un futuro lleno de muerte y destrucción a la mente de Velen. No tardó en comprender que una oferta tan grande conllevaría consecuencias proporcionalmente terribles para su gente. Contemplando lo que podría significar la destrucción de la civilización Eredar, Velen corrió a advertir a Kil’Jaeden y Archimonde, sin embargo, sus dos compañeros ya estaban seducidos por la oferta del Titán Oscuro y no hicieron caso a sus palabras. Ellos ofrecieron su lealtad a Sargeras y este cumplió su palabra, convirtiéndolos en figuras casi omnipotentes, pero corrompidas hasta el punto de portar la maldad pura de todo demonio.

Los Naaru y los Draenei

Con este nuevo poder en manos de Archimonde y Kil’Jaeden, Velen supo que cualquier oposición directa sería inútil. A punto de darse por vencido y observando cómo se acercaba el fin de la civilización, que hasta hace poco había gozado del esplendor mismo de las estrellas, recibió respuesta a sus súplicas. Un ser de naturaleza completamente desconocida se manifestó ante él y se reveló como miembro de la ancestral raza de los Naaru, una raza de seres compuestos de energía pura dedicados a combatir la Cruzada Ardiente de Sargeras. El Naaru hizo una oferta a Velen, desplazarlo a él y sus fieles lejos de Argus, a un lugar seguro, lejos de la influencia de Sargeras y de sus dos nuevos generales.

Profundamente aliviado y con nuevas esperanzas, Velen reunió a los Eredar que, como él, rechazaron la oferta de Sargeras hasta ese momento. Esta nueva facción renegó de su raza y se bautizaron a sí mismos como los Draenei que en el antiguo idioma Eredun significa los exiliados. Estos renegados escaparon con la Legión Ardiente pisándoles los talones. Kil’Jaeden, exaltado en furia por lo que veía como la traición de Velen, juró que allá donde este y sus Draenei fueran, él los perseguiría, incluso si eso significaba alcanzar los límites del universo.

Durante milenios, la Legión persiguió a los Draenei a través de incontables mundos mientras estos buscaban un lugar en el que poder descansar con seguridad, pero no estaban solos. Los Naaru bendijeron a los Draenei con el poder de la Luz, dándoles a conocer que existían fuerzas en el universo que se unirían a la causa contra la Legión Ardiente de Sargeras y que un día esas fuerzas se reunirían en un mismo ejército, y los Naaru los guiarían a la batalla final contra la Legión. Emocionados por el deseo de los Naaru, los Draenei juraron fidelidad a estos seres de luz y continuar con su legado allá donde fueran.

El Refugio de los Exiliados

Tras miles de años escapando de la Legión, los Draenei finalmente encontraron un mundo seguro. Este mundo, fértil y pacífico, tenía los recursos suficientes como para comenzar una nueva vida. A este mundo anónimo, los Draenei lo bautizaron como Draenor que en su lengua significaba Refugio de los Exiliados. Con miedo a ser descubiertos, Velen y sus seguidores comenzaron a reconstruir sus vidas manteniendo la magia al margen, para evitar llamar la atención de sus perseguidores.

Poco después de su llegada, los Draenei comenzaron a establecer contacto con las numerosas razas nativas del planeta, entre las que se encontraba el honorable pueblo de los orcos que habitaban en los territorios fértiles de Nagrand. Tratándose con respeto mutuo, los Draenei y los orcos se limitaban a mantener relaciones de comercio, nunca relacionándose un pueblo con otro.

Pero, aun con el cuidado de los Draenei por no llamar la atención de los demonios, no pasó mucho tiempo hasta que Kil’Jaeden logró encontrar el nuevo refugio. Observando y analizando ese nuevo mundo, su corrupta mente comenzó a trazar un nuevo plan para destruirlos.

El Pacto de Sangre

Según los criptoglifos de la raza Draenei, el demonio Eredar Kil’Jaeden, al que conocen como el Embaucador, observaba el inocente planeta Draenor desde las profundidades del Torbellino del Vacío. Kil’Jaeden, planeaba una invasión discreta. Necesitaba una fuerza de choque que destruyera todo cuanto encontrara antes del paso de la Legión sobre el mundo. El objetivo consistía en debilitar a las razas mortales del planeta, antes de dar el golpe de gracia con la verdadera invasión y destruir a los traidores.

Kil’Jaeden, al contrario que sus congéneres Mannoroth y Archimonde, prefería tácticas de invasión más sutiles. Basadas en el engaño, buscando las debilidades del objetivo y aprovechándose de estas en beneficio propio.

En Draenor, habitaban una gran diversidad de razas. Los Draenei, que desarrollaron una cultura pacífica y civilizada, más avanzada que el resto, sacaban provecho de las técnicas de agricultura y desarrollaron una tradición mortuoria, diferente de lo que fueron originalmente los Eredar. Otra raza, los orcos, nativos de Draenor se desarrollaron en torno a las creencias en la naturaleza y los espíritus de esta. Organizados en clanes, gobernados generalmente por dos figuras. La primera, un jefe, que sería el más fuerte del clan; La segunda, un chamán, entrenado desde joven y que ejerciera la función de guía espiritual del pueblo. Tenían un marcado sentido del honor, y al contrario que los Draenei, los orcos basaban su alimentación en la cacería.

Kil’Jaeden, notó que los orcos eran una raza susceptible y le resultaría más fáciles de corromper, además la anatomía de los orcos era más favorable para labores de guerra, así que se decantó por corromper a la raza cazadora para ejecutar su plan.

El Embaucador habló al alma de un anciano chamán orco, de nombre Ner’Zhul y le prometió gloria, el poder que ninguna raza sobre Draenor vio jamás y el don de la eternidad. Ner’Zhul, atraído por la oferta del demonio Eredar, hizo un pacto de sangre con él. Así fue como Kil’Jaeden, a través del chamán sembró la semilla de la destrucción en el corazón de los orcos, y estos, con el tiempo se convirtieron en bárbaros sedientos de sangre y destrucción. Kil’Jaeden, contento, comenzó a observar la cacería indiscriminada que los orcos habían desatado sobre el pueblo Draenei. Solo unos escasos Draenei, bajo el mando de algunos líderes como Akama, consiguieron escapar de la masacre de los orcos ocultándose en cavernas.

En un último embiste, Kil’Jaeden se dirigió a Ner’Zhul y le propuso a él y al pueblo orco, entregarse en cuerpo y alma a la guerra. El chamán se dio cuenta entonces de las intenciones de Kil’Jaeden, y supo que el pueblo orco sería esclavizado, por lo que le dio la negativa al demonio. Disgustado por la reacción del anciano orco, Kil’Jaeden buscó a otra marioneta que llevara al pueblo orco por el camino de la Legión. El Embaucador fijó sus ojos en un aprendiz chamán, el orco Gul’Dan. Así fue como Gul’Dan, seducido por las ofertas, se convirtió en un aplicado estudiante de la magia demoniaca, de modo que el joven aprendíz de chamán, se convirtió en el más poderoso de los maestros brujos conocidos de la historia. Gul’Dan guió a otros orcos para abandonar las artes del chamanismo y les llevó a acoger los conocimientos demoniacos de la magia de Kil’Jaeden, el poder que los condenaría, la necromancia.

Cuando Kil’Jaeden logró sus objetivos a través de Gul’Dan, ayudó a este a crear el Consejo de las Sombras, una organización sectaria de orcos que manipularía los clanes en secreto y extendería las prácticas de la necromancia por todos los territorios de Draenor. De este modo, las tierras se pudrieron a medida que más orcos practicaban las artes brujas de los demonios. En poco tiempo, los campos orcos se convirtieron en baldías tierras infértiles y tétricas.

La Llegada de la Horda a Azeroth

Tiempo después del engaño de Kil’Jaeden sobre los clanes orcos, las batallas en torno a Draenor volvieron a los orcos unos contra otros. Sin un enemigo común, el ansia de destrucción llevó a los orcos a competir entre ellos en pruebas de fuerza y luchas fratricidas. Ante la aprobación de esta dinámica por parte de los nigromantes, los brujos que estudiaban la magia y mantenían el balance del poder, pensaban que ningún orco sobreviviría, como ellos, Durotan, jefe del Clan Lobo Gélido (Frostwolf), advirtió que esta conducta acabaría con el pueblo orco. Nadie lo escuchó y otros jefes de clanes más poderosos se proclamaron campeones de guerra.

Los brujos advirtieron que, para avanzar en el dominio de la magia, los orcos debían encontrar un nuevo enemigo común. Fue en ese tiempo cuando los brujos se percataron de la presencia de una hendidura interdimensional. Pasaron años estudiando los misterios de ese fenómeno y haciendo ensayos y pruebas, hasta que se percataron de que tal hendidura se podía emplear como portal para enviar a un clan al otro lado. Una fuerza expedicionaria se internó en el portal y, al volver, sus integrantes describieron un mundo verde y lleno de vida. Sus relatos eran tan increíbles que sus hermanos orcos creyeron que lo que había más allá del portal los había enloquecido. Pero las muestras de plantas que los enviados por el portal trajeron daban buena cuenta de que sus relatos eran ciertos.

Tres meses después, siete guerreros se adentraron en el portal y volvieron con reportes detallados sobre el mundo del otro lado. Este nuevo mundo era Azeroth, y los orcos comenzaron a saquear las aldeas de los humanos. Pero, para asegurarse la victoria, el Consejo de las Sombras invocó a Mannoroth el Destructor. El Consejo convenció a los jefes de todos los clanes para que bebieran de la sangre de Mannoroth, obteniendo así una sed de sangre que los volvería invencibles. Todos los jefes de los clanes, a excepción de Durotan, bebieron y se convirtieron en siervos de Mannoroth, y éstos contagiaron su lealtad por el demonio a sus hermanos de clan.

Con las ansias de destrucción renovadas por la sangre de Mannoroth, los orcos se lanzaron a la carga, y Gul’Dan reunió al pueblo orco en una Horda, dentro de la cual los jefes de clanes lucharían entre ellos para coronarse como jefes supremos. Con engaños y manipulaciones, Gul’Dan logró sus planes, y Puño Negro el Destructor (Blackhand), señor del Clan Rocanegra (Blackrock) se hizo con el puesto de Señor de la Guerra y dominó sobre la Horda con su crueldad y sus ansias de poder.

El plan de Puño Negro era simple: La unificación de todos los orcos y la destrucción absoluta de la raza humana del recién descubierto mundo de Azeroth. La Horda sería el ejército de la Legión Ardiente y había dado comienzo la Primera Guerra de Azeroth.

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